En la localidad de Vila de Cruces, en el valle del río Deza, se encuentra un pequeño pueblo minero cargado de historia y controversia que se remonta a la II Guerra Mundial; se trata de "el poblado minero de O Fontao", siempre ligado al negro, trágico y codiciado mineral conocido como <oro negro>: el wolframio.
Aquí se situaba una mina de las más importantes de Galicia que transformó el paisaje y sus gentes para siempre.
La paz que podemos encontrar ahora entre sus modernas casas y calles reconstruidas en el año 2012, no nos permiten imaginar lo que no hace muchos años se cocía en este lugar. El antiguo pueblo fue levantado por los propios mineros que se encargaron de fabricar ladrillos, bloques y baldosas para 128 viviendas y barracones para albergar a trabajadores, ingenieros y médicos. Era tal la actividad y riqueza industrial, que se movía en la zona entre los años 1940 y 1950, que llegó a haber hasta 10 tiendas de comestibles y ultramarinos, mercado, ferreterías, panaderías, fruterías, campo de fútbol, 60 tabernas, botiquín sanitario, hostales, iglesia, escuela e incluso 3 salas de baile y 2 cines con 350 butacas.
El poblado fue inaugurado en 1956 y estuvo habitado hasta 1974, puesto que tras cerrar la explotación minera de Santiago de Fontao –también conocida como Minas da Brea– en 1963 sus gentes se vieron obligadas a emigrar.
Según declaraciones en un periódico en 2009 de D. Antonio Brea, el último minero del wolframio, en las minas llegaron a trabajar más de 1000 personas, aunque en nómina habría unas 300, muchos de ellos eran presos políticos.
Eran años de pobreza y estraperlo, y aunque las minas estaban controladas por los alemanes, era mucha la gente que arriesgaba su vida haciéndose con restos de mineral para venderlo y sacar algún dinero extra.
A las mujeres no se les permitía trabajar en las minas, a ellas se les atribuían labores de lavado de mineral y selección; muchas eran detenidas al salir de trabajar por llevar en sus tinas wólfram camuflado entre la tierra.
Antes de interesar el wolframio, era el estaño lo que movía esta explotación de cerca de 40 hectáreas. Los primeros en interesarse por las tierras fueron los ingleses en la segunda mitad del XIX, luego llegarían los franceses para fundar la empresa "Société des Étains de Silleda" y durante la Guerra Civil española cuando Franco expropia las minas a los galos.
No sería hasta la II Guerra Mundial cuando se empieza a codiciar el wolframio puesto que era utilizado para fines militares; los nazis necesitaban el volframio para endurecer los cañones y lo pagaban muy bien.
En el pueblo se ha creado un Museo de la Minería cuya visita es muy interesante y podéis recoger toda la información en su web: Museo da Minería Fontao
Aunque las galerías y viejas excavaciones se encuentran valladas, aun se pueden recorrer vías de acceso, barracones y algunas de las viviendas de los encargados de las minas.
Es inevitable recorrer la solitaria zona hoy en día y no trasladarse años atrás e imaginar toda la actividad minera y miles de personas transitando por el lugar.
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